Carlos Ramírez
En el año de 2012 la película Zero dark thirty —La noche más oscura, en América– no pudo obtener el Oscar por razones políticas, a pesar del apoyo de la entonces first lady Michelle Obama: al contar el asesinato del terrorista Osama bin Laden, el guion había tenido la participación de la CIA. Y en comisiones de inteligencia del congreso estadunidense se dieron algunas quejas por la filtración de información confidencial.
La película destaca que la investigación estadunidense para dar con el paradero de bin Laden utilizó con impunidad la tortura de presuntos miembros de al Qaeda y el uso de lugares clandestinos conocidos como hoyos negros de la CIA. Asimismo, la película despliega, con intensidad cinematográfica, las muchas violaciones a las leyes locales en Afganistán y Pakistán realizadas por la CIA para cumplir la principal orden del presidente Obama a esa agencia de inteligencia: encontrar y matar a Osama, señalado como el autor intelectual de los ataques del 9/11.
En el primer tomo de sus memorias, Una tierra prometida (Debate, 2021, 847 páginas de texto, más índice), Barack Obama dedica 92 páginas, el 10.8% del total, a contar, con cierto estilo de satisfacción personal, la operación de la CIA para localizar a Osama bin Laden y el operativo de los Marines para invadir Pakistán y asesinar a Osama junto a hombres y mujeres que lo acompañaban. El asunto no tendría interés –John F. Kennedy autorizó el asesinato de Fidel Castro y otros presidentes a su vez también dieron órdenes para derrocar gobiernos y matar personalidades extranjeras– de no ser porque Obama es abogado, estudió en la prestigiada Universidad de Harvard y fue en alguna ocasión director de la respetada revista de derecho de Harvard —Harvard Law Review–, considerabas ambas como las catedrales del derecho constitucional estadunidense. Ante ello, Obama cuenta en sus memorias, sin rubor, ni pudor, ni contrición, su decisión de matar a una persona en el extranjero sin pasar por juicios penales internacionales.
El capitulo sobre Osama, séptima parte en la edición traducida al español, retrata no sólo las razones del fracaso de Obama como el primer presidente afroamericano en los EE. UU. como una de las cunas de la esclavitud negra y el racismo sajón. Es posible que todos estén convencidos de que Osama bin Laden hubiera sido el cerebro criminal del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York donde murieron, en información oficial estadunidense, más de tres mil personas, pero pocos avalarían una operación de la CIA y los Marines para asesinar a un presunto culpable. La única justificación estuvo en el hecho de que arrestar a Osama y enjuiciarlo en tribunales estadunidenses o internacionales generaría una enorme movilización musulmana radical en todo el mundo. Por eso, también en información oficial, el presunto cadáver del presunto Osama fue lanzado al mar en un sitio desconocido.
Las memorias de Obama ayudan a clarificar los dos periodos presidenciales del primer presiente afroamericano en los EE. UU. con un concepto que se entiende fácil: crisis de expectativas. Como periodista estuve en Washington, D. C., en las elecciones de noviembre de 2008 y en su toma de posesión en enero de 2009 y pude constatar que, en efecto, Obama despertó dos impulsos ajenos a los intereses del establishment americano: la esperanza y el cambio. Además de tener Washington mayoría de población afroamericana, en la toma de posesión de Obama hubo una mayor afluencia de personas de la comunidad afroamericana –15% del total–, casi todas ellas de niveles sociales de media hacia abajo. Los medios reflejaron esa expectativa: por su origen de raza, Obama iba a cambiar el enfoque social de la Casa Blanca.
Pero no fue así. En pocas palabras se puede decir que Obama fue el primer presidente afroamericano de los blancos; es decir, su agenda nada que tuvo que ver con los pobres, con los migrantes o con los afroamericanos. Su misión fue salvar al capitalismo estadunidense del colapso heredado por Bush con la quiebra de las financieras especulativas. A lo largo de su gobierno Obama asignó cientos de miles de millones de dólares a rescatar las grandes corporaciones, entre ellas la toma de acciones de la General Motors convirtiendo, por poco tiempo, al gobierno estadunidense en accionista principal de la empresa. En cambio, Obama no pudo aprobar una ley migratoria porque no buscó negociar con los republicanos en el Congreso, pero también porque existen sectores demócratas que no quieren la regulación de millones de ilegales por el desajuste poblacional y electoral en las principales ciudades.
Obama no provino de la comunidad afroamericana esclavizada. Es hijo de madre blanca y padre mulato, pero criado en Hawái. Ingresó al continente estadunidense por Los Angeles a mediados de los años ochenta, cuando ya el racismo estaba desinflándose, se permitían los matrimonios interraciales y la comunidad blanca había aflojado sus restricciones. Estos datos sólo quieren significar el hecho de que Obama no estuvo comprometido con lo que podríamos llamar, para términos sociológicos-ideológicos, la negritud, un concepto que nació en la Africa negra en los ochenta como grito de libertad y soberanía racial. Obama, en otro sentido, tuvo una educación blanca, sajona: la toma de conciencia social por el color de la piel.
Las memorias de Obama son complacientes, están narradas por un escritor y no por un político; es decir, el estilo refleja más bien una intención de reconstruir de manera narrativa la realidad que le tocó vivir. Las páginas sobre el asesinato de Obama exhiben un pensamiento estratégico imperialista, sin ninguna voluntad para cambiar el enfoque imperial de Bush después del 9/11. Obama se comprometió a cerrar la prisión de Guantánamo para presuntos radicales musulmanes, pero dice que no pudo lograrlo, aunque en realidad careció de voluntad.
Las memorias de Obama deben tener una lectura crítica, no complaciente. Obama pudo haber sido la diferencia en los EE. UU. pero resultó la confirmación del pensamiento estratégico imperial sajón.